Hace
unos días, en un taller organizado en Málaga por el Fórum de Política
Feminista, Soledad Murillo (ex secretaria general de Políticas de
Igualdad y una de las principales inspiradoras de la Ley contra la
Violencia de Género y de la Ley de Igualdad) comentaba que en Noruega
empiezan a considerar la igualdad como algo superado, pese a ocupar el
segundo lugar entre los países de Europa en asesinatos machistas.
Noruega
disfruta de la mayor igualdad entre los sexos del mundo, en liza con
sus vecinos nórdicos, gracias a su legislación, a la disminución de las
brechas salariales entre hombres y mujeres, o a la mayor participación
de mujeres en el poder legislativo y en altos cargos administrativos.
Aun así la tasa de asesinatos machistas es del 6,58 por cada millón de
mujeres (España del 2,44) y una de cada 10 mujeres de más de 15 años ha
sido violada.
La
experiencia de Noruega nos recuerda que la igualdad para ser efectiva
necesita acabar, al mismo tiempo, con las desigualdades estructurales
que padecen las mujeres y con el machismo; que la sociedad igualitaria
que propone el feminismo no será posible sin el cambio y la implicación
de los hombres, un objetivo que Noruega no ha logrado cuando quiere dar
por alcanzada la meta.
"Cuando
las barbas de tu vecino veas cortar...". Aunque estamos lejos de los
países escandinavos en materia de igualdad, más nos vale tener en cuenta
el dato para evitar errores que pueden llevarnos a una situación
similar.
En
1995 hice un estudio con Josep-Vicent Marques, para el Instituto de la
Mujer, sobre la posición de los hombres ante el cambio de las mujeres.
La mayoría se manifestaba a favor del cambio porque reparaba agravios
históricos injustificables, aunque se quejaban de su velocidad y se
resistían a lo que se esperaba de ellos porque lo vivían como una
pérdida de privilegios. Algunos temían que el verdadero objetivo de las
feministas fuera darle la vuelta a la tortilla.
En
los años siguientes la igualdad llegó a ser el discurso social
hegemónico, hasta el punto de que costaba encontrar quien se opusiera
públicamente y los medios de comunicación tenían que buscar personajes
esperpénticos para defender el machismo en los debates. Hoy la situación
es distinta, el discurso neomachista ha conseguido que amplios sectores
de la población crean que la igualdad no beneficia a la mayoría sino
que busca privilegios para las mujeres.
Sin
duda se debe a que ellos han renovado su discurso y a que los hombres
por la igualdad no hemos llegado a la mayoría de los hombres para
convencerlos de las virtudes del cambio, pero no es menos cierto que las
políticas públicas de igualdad se han olvidado de los hombres y este
olvido ha facilitado que los neomachistas usen el disfraz de defensores
de la igualdad efectiva.
Las
iniciativas institucionales para ayudar a los hombres en el cambio han
sido anecdóticas. Ninguna fuerza política apuesta por incorporar a los
hombres como beneficiarios de las políticas de igualdad, a sus
iniciativas les ha faltado el respaldo necesario y sus militantes
consideran la igualdad un tema de mujeres.
Su
falta de sensibilidad ante fenómenos como el fracaso escolar de los
chicos, el precio que pagan niños y hombres por ir de machos por la
vida, la importancia de ampliar los permisos de paternidad o la
necesidad de dotar de prestigio social lo doméstico y los cuidados, son
anécdotas que sumar al hecho de suprimir el Ministerio de Igualdad sin
dar ni pedir ninguna explicación.
Hoy
toca defender las conquistas amenazadas y luchar por una salida de la
crisis que incremente el empoderamiento de las mujeres fomentando la
corresponsabilidad, pero no basta con la combatividad del movimiento de
mujeres, hace falta una mayoría social que incorpore a los hombres. A
estos se les puede y se les debe exigir que renuncien a sus privilegios
sin contraprestaciones, porque es justo y necesario, pero si queremos
incorporarlos activamente al cambio hay que lograr que se sientan parte
del mismo.
La
igualdad y los hombres parecen como el agua y el aceite,
irreconciliables pero imprescindibles en la dieta mediterránea. Los
hombres, los grandes beneficiarios del Patriarcado, son imprescindibles
para el cambio; su implicación dependerá de que además de justa, vean
que la igualdad les beneficia y no compensa el precio que pagan por los
privilegios.
Llamar
cómplices a los hombres por la igualdad es un paso en la buena
dirección, que reivindica el protagonismo del feminismo
corresponsabilizándonos del cambio, pero refleja las resistencias a
considerar aliados a quienes aportamos una perspectiva y una experiencia
necesarias para el diseño y construcción de ese futuro que queremos
compartido.
José Ángel Lozoya Gómez
Miembro del Foro y de la Red de Hombres por la Igualdad