Por la experiencia de las crisis pasadas de la misma naturaleza que la actual, como la asiática o incluso la de 1929, sabemos que de éstas se suele salir con retrocesos en los avances en igualdad entre mujeres y hombres conseguidos durante los periodos expansivos.
Prácticamente todas las crisis económicas contemporáneas que hemos conocido disminuyen el tamaño de la economía formal y aumentan el de la informal y sobre todo, el de la economía doméstica y de cuidados. Y por ello se suele salir de ellas con una intensificación del trabajo doméstico y de cuidados no remunerado que, como es bien sabido, realizan sobre todo las mujeres.
En España ya se están percibiendo estos efectos. Por una parte, se desvanecen instituciones y políticas específicas de igualdad o se realizan planes de gasto dirigidos exclusivamente al fomento del empleo en sectores masculinizados. Y, además, las políticas de drásticos recortes de derechos sociales generan desigualdad de rentas que inevitablemente conllevan las que se dan entre mujeres y hombres, amén de un deterioro de nuestra democracia.
La disminución de las rentas familiares hace que muchos bienes y servicios que antes se adquirían en el mercado tengan que satisfacerse ahora en el seno del hogar. Y los recortes de gasto público social van a redundar inevitablemente en un menor consumo en sanidad, educación o servicios sociales que también obliga a proveerlos desde las unidades familiares mediante trabajo no remunerado.
Pero los estudios que se vienen realizando en la actual crisis muestran que el mucho mayor número de hombres desempleados, incluso en familias en las que las mujeres conservan su empleo remunerado, no está acompañado de un cambio de roles en el interior de la familia, y que, por tanto, esta falta de corresponsabilidad da lugar al aumento de las horas de trabajo femenino dedicado a las tareas domésticas o las de cuidado.
Esta situación es la que históricamente ha constituido, y va a hacerlo de nuevo con renovada fuerza, un freno decisivo a la incorporación de las mujeres a los empleos que requieren más dedicación y atención, es decir, justamente los mejor retribuidos y más valorados socialmente. Y lo que es muy preocupante es que todo parece indicar que no se trata de una circunstancia coyuntural, sino de una tendencia que se desea consolidar, como demuestra la significativa coincidencia de los grandes partidos, las patronales y las autoridades neoliberales a la hora de promocionar el trabajo a tiempo parcial como si de un gran avance se tratara.
Todo esto demuestra que las políticas de igualdad no pueden desarrollarse para que sean flor de un día afortunado, como la guinda de épocas de bonanza y desvinculadas de la política macroeconómica y de la calidad democrática de un país.
Las políticas deflacionistas que anteponen la estabilidad presupuestaria al bienestar de la mayor parte de la población son incompatibles con el desarrollo de políticas de igualdad que vayan más allá de un arreglo cosmético.
Lina Gálvez Muñoz (profesora de Historia e Instituciones Económicas en la Universidad Pablo de Olavide).
Fuente: ELPAIS.com
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